Nueve y un avión
Creo que no hay momento más feliz en una grada que cuando tu equipo le anota al archirrival, aunque esa ventaja solo dure 5 minutos, un partido o una eternidad. En lo personal me quedo con esa alegría por sobre las vueltas olímpicas, y goleadas estrepitosas a equipos de medianía de la tabla. Si los goles son como un orgasmo, un gol al archirrival debe ser como un orgasmo múltiple o algo similar.
Resulta que veníamos de 2 años horribles, y de una racha muy mala versus el archirrival. En los últimos clásicos nuestros jugadores entraron perdiendo el partido desde el túnel antes de salir al campo de juego, incluyendo esa copa que levantamos después de una definición a penales, gracias al penal que pateó nuestro arquero, capitán y emblema. No vale la pena recordar ese partido cuando llegamos como punteros e invictos del torneo, pero los jugadores fueron unos fantasmas dentro del campo de juego.
La cosa es así: los jugadores llegaron reventados a ese encuentro que todos los hinchas no nos queremos perder, ni los que estamos de este lado ni los otros, y estoy seguro que los jugadores tampoco se quieren perder un partido así, conozco a un par que entrarían a la cancha aunque sea con una pierna rota. El estadio estaba lleno, un lindo ambiente de fútbol, hacía tiempo que no veía tanta familia entrando a la cancha, hace años ya que somos el equipo de mayor asistencia a los estadios, pese a llevar dos años horribles como conté en un principio.
Nosotros llegábamos sin uno de nuestros jugadores emblemas, en tanto ellos como todas las previas de los clásicos descartaban jugadores que mágicamente se recuperaban el día anterior del partido. Ellos llegaban 3 puntos por sobre nosotros con un inicio arrollador pero que en las últimas fechas comenzaron a generar dudas. Nosotros al revés, nos fuimos armando con el tiempo, y de a poco encontrando el fútbol que el profe quiere ver en la cancha.
En el encuentro anterior expulsaron a ese jugador emblema que contaba, y en el otro compañero vio la roja y así los jugadores sentían cierta predisposición de los encargados de administrar la justicia frente a los nuestros. Si a todo lo anterior le sumamos más de 180 minutos en los últimos 6 días y más de 7 mil kilómetros recorridos en ese mismo lapso de tiempo, sin duda que el panorama no era muy alentador, pero por si fuera poco, por malas decisiones los jugadores viajaron en vuelo comercial que tuvo un atraso de más de 5 horas al despegar en la ida a Brasil.
Sí, el partido a mitad de semana fue contra los brasucas, en esas canchas gigantes, con esas temperaturas y humedades que dan solo ganas de beber cerveza y estar sentado en la playa admirando tangas o trajes de baño. Y los brasileños siempre son difíciles de local, tienen un despliegue físico superior a cualquier fútbol del continente, y ya pasaron los años en que nos parábamos en el mítico Maracaná y salíamos victoriosos, o que le metíamos 4 pepas a los brasucas de visita. Así nuestro equipo llegó al clásico.
Con el pitazo comenzó el partido y el profe se equivocó en la oncena tal vez, pero qué le vamos a pedir a un tipo que reconstituyó un camarín quebrado y les hizo recordar a los muchachos la alegría de jugar al deporte más hermoso del mundo. Pero pese a ello nos pusimos en ventaja tras jugadón en el área rival, y ahí, fue en ese momento donde creí que me podía morir tranquilo, era de nuevo esa sensación de ganarle al rival y ese nerviosismo que se apodera de ti y pides que el partido se suspenda, que el tiempo corra como nunca o que se declare la 4ta o quinta guerra mundial. Pero nos empataron y volvimos al nerviosismo y ansiedad inicial.
Y se acabó el primer tiempo, en esos 15 minutos de entretiempo me tomaría tres litros de cerveza para calmar la ansiedad, pero estoy en el estadio donde está prohibido el consumo y venta de cerveza. En camarines el profe movió las piezas en el tablero, en la cancha de nuevo nos pusimos en ventaja, de nuevo esa hermosa sensación invadía mi cuerpo. No solo les ganábamos a esos muertos, sino que a rato jugábamos mejor que ellos, pero como dice la canción: “Todo tiene su final, nada dura para siempre”, nos empataron, era otra vez las fuerzas del mal equiparando las fuerzas y la garra del equipo mágico. Pitazo final y nos fuimos con sabor amargo, pero que más le podemos pedir a un equipo que lo dio todo en la cancha. Que le puedo reprochar a mi arquero y a mi equipo que en dos ocasiones goleó y humilló al mismo equipo rival, cuando éramos imbatibles en el continente. No me queda más que recordar y disfrutar esa sensación, porque cada vez que marcamos un gol me vi saltando como un loco y recordando aquellas goleadas que no se me olvidarán jamás, ni aunque me esté carcomiendo el alzheimer me voy a olvidar de esos nueve goles y ese avión que sobrevoló el estadio burlándose de nuestra hinchada mientras en la cancha su arquero se cansó de tanto ir al fondo de las redes a buscar a “la gordita caprichosa”.