Un paciente llega al psicólogo, le han dicho que lo suyo es una enfermedad. Incrédulo, asiste para contarle al médico lo que le pasa. Tras pasar varios minutos conversando con el facultativo, se da cuenta que él no está enfermo. Padece un extraña patología, que solo un puñado de humanos tiene el placer de llevar en su cuerpo,. Lo que él tiene es «Pasión es exacerbada» por aquella camiseta azul.
Por Nacho Marquez
Verá doctor. Yo no estoy muy convencido de esto, pero quiero hablarle de lo que siento. Algunos dicen que es un problema, me han dicho que es incluso una enfermedad. Yo no creo que sea tan así, pero vine igual. Más por darle en el gusto a los comentarios que por decisión propia, pero aquí estoy al fin y al cabo. Dicen que esto de la U me tiene enfermo. Le cuento, y voy a usar el orden cronológico para esto, porque así no me desvío; es que yo salto de un tema a otro en un segundo. Bueno, comienzo.
Yo viví toda la vida con mis abuelos maternos, y la sangre por ese lado era blanca. Usted sabe a lo que me refiero. Mi tata específicamente era un hincha de ese lado: tenía carnet de socio y asistía al estadio. Mi mamá y mis tías también siguieron ese camino. La cosa es que él intentó hacerme hincha de ese cuadro. Me compró camisetas cuando yo tenía meses de vida; me vestía con esos colores y me sacaba fotos. Me enseñaba los cánticos que salían en un viejo cassete que había en la casa. Lamentablemente para él, y afortunadamente para mí, mi papá transitaba el camino de la vida por el lado correcto. Él era (y es aún) azul de corazón. Contó que su papá trató de hacerlo hincha de la Unión Española, pero no tuvo éxito. Quizás esto sea genético doctor, bueno, prosigo. Mientras mi tata (y mi padrastro después) trataban incesantemente de que yo fuera del lado blanco de la vida, mi papá hacía pocos o nulos esfuerzos por encarrilarme. Hasta que tuvo la genial idea de llevarme al estadio.
Lo recuerdo casi perfectamente. Noche azul, año 1997. La U jugaba con, con, con, no recuerdo el rival, pero es un detalle. Bueno, la cosa es que llegamos al Nacional temprano porque yo estaba de vacaciones y él me pasó a buscar a la casa de mis abuelos. Era la primera vez que yo iba al estadio, los luchadores del sentimiento blanco nunca lo hicieron. La cosa es que entramos al Nacional y subir las escaleras me impactó.
Como llegamos temprano había poca gente. Resulta que conforme avanzaba la hora llegaba gente, y gente y más gente. Estaba llenándose el estadio, y a mí como que el corazón me latía cada vez más fuerte. Comienza el show, creo que cantaron unos tipos, pero no estoy completamente seguro. Se oscureció y por los altoparlantes del estadio anunciaron que comenzaría a ingresar el nuevo equipo a la cancha. En ese preciso instante, la hinchada comenzó a cantar el clásico: “Sale León”. Y le juro doctor, fue terrible la sensación.
Al principio me asusté, pero luego me vino una emoción como en el pecho, algo que no podía controlar. Me dieron nervios y ansias y me puse a cantar. Ahora recapitulando, creo que ese fue el primer momento de “tensión-pre-traición” a los blancos, pero no me importó nada en ese instante. Seguí cantando y en el codo sur-oriente armaron un chuncho gigante con globos. Doc, le prometo que me impresionó. Era algo hermoso y asombroso ante mis ojos de niño. Seguí cantando, pero ahora acompañando la interpretación con pequeños saltitos. Y de repente, sale el equipo a la cancha. Una explosión de gritos, aplausos y el volumen que subió drásticamente. Yo quería sentirme parte de esa fiesta y seguí cantando. Humo azul y rojo, papeles, fuegos artificiales y el relator del estadio diciendo: “Bienvenidos jugadores de la Universidad de Chile” completaban ese momento perfecto, interminable, inmaculado. Se calmaron un poco los ánimos y se aplaudía a los jugadores cuando los nombraban. Comienza el partido. Acompañaba los cánticos, preguntándole a mi papá por las letras cuando no podía captar lo que decían “Los de Abajo”. La cosa es que terminó el partido y mi papá me fue a dejar en el auto, mientras yo lo llenaba de preguntas. “¿Por qué se llaman Los de Abajo? ¿Cuándo juega la U contra Colo Colo?” Y la más importante, esa pregunta que detonó por fin la explosión de amor que había comenzado hacía pocas horas, y que determinaría el camino inquebrantable que mi existencia iba a seguir desde ese momento: “¿Cuándo venimos al estadio de nuevo?”
Yo quería ir de nuevo al estadio, porque me sentí parte de algo, porque sentí que los jugadores escuchaban el canto de esos fervorosos hinchas. De ahí en adelante doctor, la próxima vez que recuerdo haber ido al estadio fue un partido que la U le ganó 8-3 a Deportes Temuco. Imagínese doctor, ah, perdón, lo puedo tutear. Perfecto, imagínate ir a ver a un equipo que gana haciendo 8 goles. ¡8 GOLES! Era una maravilla. De repente yo jugaba en la calle usando piedras como arcos y no lográbamos hacer más de 3 o 4 anotaciones. ¡Pero 8! Estaba en éxtasis. Siguió pasando el tiempo y en la casa de mis abuelos, donde yo vivía de lunes a viernes, mi tata se empezó a dar cuenta de que yo ya no era entusiasta con respecto al cuadro blanco. Yo, niño tímido y sin ganas de crear conflicto, tampoco le dije para evitar el choque. Creo que él se dio cuenta sólo, me conocía bastante bien. Y, ¿sabe doctor? Creo que él supo cuando dejar de insistir.
El primer campeonato de la U que yo viví en el estadio fue el del 99. Empate ante Santiago Morning, que nos dejó campeones. Igual vi casi todos los partidos en la tele, incluido ese 5-4 frente a O’Higgins, “el partido del siglo” le llamaron. Leonardo Rodríguez y Emiliano Rey mantuvieron viva a la U, que al final completó 33 partidos invicto. Bueno doctor, perdón por desviarme. Al final, mi papá me llevó al partido ese con el “Chago”, la U campeón y nos fuimos celebrando por las calles. Era hermoso saberse campeón, pero era más bonito ver a toda la gente feliz. Si sigo tan puntual voy a terminar pagándole el sueldo de todo el mes. Pagándote, perdón. No me pongas esa cara, si es una broma. Mejor saltemos al 2006. No éramos una maravilla, pero el equipo se las arreglaba. Para ese tiempo yo ya sabía un poco más de futbol, así es que entendía lo que era “jugar bien”. Pensé que le dábamos vuelta la final al Colo, pero cuando Salas perdió ese gol sobre el final, supe que algo comenzaba a romperse.
Después de los penales lloré, y lloré viendo los goles (para mi adolescencia tenía alguna que otra tendencia sadomasoquista). Más avanzado en edad, comprendí que ese era el punto de quiebre entre ser hincha de un equipo y pertenecer a él. Porque tú puedes celebrar, cantar o gritar por muchas cosas, incluso sin relación al fútbol, pero cuando lloras por un equipo ya no hay vuelta atrás. Tu tristeza se queda en tu corazón y abre una herida que costará mucho cicatrizar, pero que te recordará toda la vida que te hiciste parte de un grupo de personas, de una idea a la cual ya no podrás renunciar. Porque de la alegría se puede volver, pero no de la tristeza. Al fin y al cabo, todos tenemos de esas heridas.
Al otro día no quise ir al colegio, y yo que siempre fui un gran alumno. Sabía que era feo esconderse después de la derrota, pero no podía aceptar el hecho de haber perdido una final, por penales y más aún, con ESE penal. Sufrí mucho, y más aún porque tenía un amigo que me acompañó durante toda la educación media. Él también era de la U, así que compartíamos alegrías efímeras por esos años y sufrimientos duraderos y amargos.
No fue sino hasta el 2009 que pudimos celebrar juntos. Y ni siquiera estábamos juntos, porque ya había entrado cada uno a su carrera universitaria. Nos llamamos y lo celebramos. Esta consulta me va a salir más cara que la multa que tuve que pagar por tomar en la calle y pegarle a un paco después de un partido con la Cato. No? Ah, perfecto doctor, ya no queda gente así. ¡Te felicito! Yo soy profe, son actividades parecidas. Sigo. Ahí como que empezó algo, la Sudamericana de ese año me pareció injusta, no debimos quedar fuera así. En fin, llegó la Libertadores 2010 y en ese tiempo yo estudiaba pero no trabajaba, entonces vivía de las 5 lucas que me daba mi mamá en la semana, y no pude ir a ningún partido. Ese equipo, sin ser brillante, nos llenó de ilusión. Maldito ese arquero (esto es personal doctor, no creas que yo ando odiando y maldiciendo a la gente por ahí) que nos quitó la final, cuando estaba ahí a la vuelta de la esquina. Al otro día había clases, pero no me escondí. Fui a clases con mi camiseta puesta, y coincidentemente vi a varios colocolinos con su camiseta puesta. Los desprecié aún más.
Y llegó el 2011. Me hice abonado ese año, en febrero, antes de saber todo lo que se venía. Y disfruté a concho ese abono. Tenía descuento en la entrada, así es que se me hacía accesible. Aparte dejé de ser un flojo de mierda y me puse a trabajar. Ya, llegó el clásico con el Colo. Goles de Canales y Rivarola para darlo vuelta al final del partido. Espectacular doctor, yo estaba en el sillón con mi padrastro y mi hermano (hijo de él y de mi mamá, colocolino por ende). Y cuando Diego les hace el gol de cabeza, me arrodillé en la alfombra y lo grité como si ellos no existieran. Quedaron enclavados en el sofá y yo me paré y les dije: “Acuérdense, la U va a salir campeón”.
Por eso lloré de nuevo cuando perdimos la final de ida. Me dormí enrabiado y triste, pero desperté extraño. Entré a bañarme y prendí la tele, vi que muchos hinchas azules habían agotado las entradas en dos horas. Algo en mi fe se encendió. Me convencí inmediatamente que con todo lo que habíamos tenido que luchar ese campeonato, no podíamos perderlo. No podíamos ser otro equipo, teníamos que ser la U hasta el final, y sufriendo (como antes) salir victoriosos. Si no se sufre no vale, dice mi papá. Y yo creo que eso también es un lineamiento para la vida, hay que luchar mucho para obtener lo que uno quiere, y cuando lo tiene, lo disfruta a concho. La Sudamericana, el tricampeonato y el del 2014.
Y aquí estamos pos doc, la gente dice que estoy medio loco, otros dicen que no tengo remedio y yo creo que estoy bien. O sea, no bien para lo que el resto espera. Mire doc, yo trabajo en un lugar donde hay que ir de camisa y pantalones de vestir, pero llego a mi casa y me pongo la camiseta de la U. Y salgo a dar una vuelta, para que la gente vea la camiseta, como para hacer presencia, ¿me entiende? El fin de semana yo ando todo el día con la camiseta puesta. Yo voy al estadio (poder adquisitivo, ve?) y me junto con amigos de la U a hablar de la U y de la vida, porque al final la U para mí es eso. Es vida, es magia, es una forma de ver las cosas.
Yo no veo las cosas de una forma normal, seria o formal. Yo creo que la vida hay que disfrutarla porque es muy corta, y siento que ser de la U es una bendición divina (porque en Dios creo. No en el de las iglesias, pero sí en un ser supremo). La U de Chile me ha enseñado valores, doctor. Me ha mostrado un camino de sacrificio, de lucha, de perseverancia y de que las cosas sin sufrimiento no valen; la U me ha enseñado que las cosas fáciles no existen, que para todo hay que pelear y pelear hasta conseguir lo que se busca. La U para mí doctor es una vía de escape, un tema de hablar, una estructura de pensar y hacer.
Obviamente yo tengo un trabajo, familia, como todos. Pero la U, no sé. No sé de qué otra forma describirlo. Pucha doctor, hablé como dos horas. Dígame, ¿qué piensa usted?
– Mire, yo no creo que esto sea grave, son influencias. Usted no está enfermo, solamente su pasión es exacerbada. Y por la consulta no se preocupe, yo lo entiendo perfectamente…yo también soy de la U. Perdón por las lágrimas, es que es primera vez que escucho a alguien hablar así de la U, y me emociona, me descoloca. ¡Grande la U!