El pasado 24 de mayo se cumplieron 88 años del nacimiento del Club Universidad de Chile. Los hinchas azules hicieron que este nuevo aniversario no pasara desapercibido. A continuación les dejamos una columna de opinión escrita por Andy Zepeda Valdés, presidente de la Asociación Hinchas Azules.
Deben haber sido muchísimas las veces en que todos los azules nos vimos en esa incómoda situación de querer o tener que explicar por qué queremos tanto a la “U”. Seguramente a más de alguno le pasó que no pudo terminar de hacerle entender a su madre por qué era más importante viajar a ver a la “U” a un estadio a 500 kilómetros de distancia que quedarse al cumpleaños de la tía. Más de alguno no pudo explicarle al profesor cómo es que preferimos sacarnos un 1 antes que no ir a alentar a la “U” en un partido de Copa Libertadores un jueves por la tarde. Más de alguno se vio en apuros cuando la pareja sentenció «vas a tener que elegir, ¡la U o yo!». ¿Y a cuántos no nos trataron de locos por gastar plata que no teníamos por seguir al Chuncho? A muchos. Y muchas más fueron las situaciones en que intentaste, de verdad intentaste, pero no pudiste transmitirle a otros lo que tu corazón sabía de manera tan prístina e inequívoca.
En lo personal, cada vez que tuve que explicar qué significa querer a la “U”, se me vino a la mente ese tan acertado verso de un cántico que reza “sentimiento inexplicable, que no se puede acabar”. Pues de verdad es inexplicable. Ni el más avezado poeta podría, en su mejor jornada y tras la bocanada de inspiración más profunda, explicar con palabras que se acerquen a la realidad lo que es este amor. Ya después de un tiempo asumes la tarea como imposible y te das cuenta de que la explicación es fútil y la respuesta más sensata que podrías darle a alguien que no es hincha de la “U” es simplemente: lo siento, no entenderías. Y es que es así: solo alguien que se formó al alero de estos colores sabe por qué hacemos lo que hacemos. Solo alguien de nuestra estirpe entiende el sentimiento.
Sin embargo, al darte cuenta de lo anterior de te das cuenta también de lo siguiente: ¡qué importa que no entiendan! Lo único que verdaderamente importa es poder ir a la cancha, mirar a tu alrededor, ver las caras de tus hermanos y hermanas, tus camaradas, y tener la más absoluta seguridad de que ellos sí comprenden. Lo puedes sentir en el rugir de miles que se hace más fuerte con el gol en contra, en el abrazo del extraño tras el gol a favor, en el sorbo de bebida que el señor de tres filas más abajo le regala a la niñita desconocida que tiene a su lado, en la sonrisa inconmensurablemente amplia del niño en los hombros de su papá y en el vínculo inquebrantable entre ellos que se forma ante tus ojos. Ninguno de ellos podría explicarlo, pero sabes que lo entienden. Sabes que lo tienen tan claro como tú. En el momento más álgido del aliento, cuando todos están de pie y los alaridos son ensordecedores, te das cuenta de que no quisieras estar en ningún otro lugar del mundo, porque en ningún otro lugar del mundo puedes ser más tú mismo que cuando estás sobre el tablón alentando a la “U”. Solo entonces, en ese momento, en ese lugar, puedes ver a las personas con sus verdaderos colores. Y, sorpresa, son azul y rojo, como los tuyos. ¡Inexplicable!
Despectivamente hinchas de otros equipos nos acusan de ser “hinchas de nuestra hinchada”. Ignoro a qué se refieren exactamente, pero puedo asumir que parte de ese fallido insulto (porque no, no logran ofenderme con tal epíteto) se funda en la permanente exaltación del vínculo que los hinchas de la “U” tenemos con nuestro equipo. Es lógico que ellos no sientan esa admiración por el amor que tienen sus respectivas hinchadas por sus equipos, porque no hay tal admiración. De ahí el “que se vayan todos” o el “pongan huevos, cagones”. Pero en el caso de la Universidad de Chile y sus hinchas es distinto. El amor que sentimos por ella sí da para sentirse orgulloso. Yo soy hincha de ese amor desmedido. Soy fanático sin remedio de esa pasión desproporcionada. Soy amante nostálgico de esa fidelidad inquebrantable y legendaria. Soy un admirador decidido de la alegría desatada e inalterable, de las sonrisas de los niños, los abrazos de los adultos y la camaradería. Doy la vida por ver una vez a los hinchas de la “U” amando a la “U”, porque los goles, los títulos me hacen sentir feliz, el amor me hace sentir vivo. ¿Eso es ser hincha de la hinchada? ¿Es un crimen? Soy culpable, confieso. Y acepto la sentencia de las risas de la contra con orgullo.
Ahora bien, en los días recién pasados, transcurridos en el marco de del octogésimo octavo aniversario del Club Universidad de Chile, he podido ser testigo de muchas de estas cosas tan lindas. Cosas que solo hacen más difícil explicar lo inexplicable. Claro, hace semanas que no podemos ver jugar al equipo (lo cual ciertamente me tiene vuelto loco), pero eso no significa que el Bulla esté de descanso. La “U” no es solo un grupo de once jugadores y ciertamente no es su administración. La “U” es su gente y ésta nunca descansa, siempre está allí, activa, sintiendo y haciendo alguna cosa por ella.
“La “U” no es solo un grupo de once jugadores y ciertamente no es su administración. La “U” es su gente y ésta nunca descansa, siempre está allí, activa, sintiendo y haciendo alguna cosa por ella”.
En un esfuerzo colectivo que hace mucho tiempo no se veía dentro de la hinchada, y en una muestra de unidad que ya se extrañaba, diversos sectores, los más organizados, llevaron a cabo reuniones para planificar y realizar una serie de actividades durante el mes de mayo. Así fue como se realizó el II Campeonato de la Asamblea de Hinchas Azules, con cerca de 400 personas participando. Los talleres de murga a cargo de “La Banda de los Quinchos” también supieron demostrar lo que es congregarse en torno al arte y la cultura y por la “U”. El gran cumpleaños del Club se llevó a cabo en el Parque La Bandera, donde se reunieron cerca de 5 mil personas (no, no exagero ni leyó mal) para celebrar en medio de un ambiente muy familiar, de camaradería y fraternidad. Emocionante e histórico todo lo vivido allí. Horas más tarde, en la ex-sede del Club ubicada en Campo de Deportes, se llevó a cabo la ya tradicional velatón que conmemora la pérdida del Club y la llegada de Azul Azul (en definitiva el periodo más negro de la U. de Chile). Y ya la próxima semana, el miércoles, se producirá una caminata desde Plaza Italia hasta la Casa Central de la Universidad de Chile con el objetivo de entregar una carta al Rector Vivaldi, para que tome alguna posición ante esta paradójica situación en la que la Casa de Bello no tiene vínculo con el Club, pero en la que igual tiene contratos y se utiliza su nombre, contraviniendo todo el espíritu de vocación pública de la Universidad y con el que fue fundado el Club. Asimismo, el sábado 30 se llevará a cabo la V Asamblea de Hinchas Azules, instancia de participación y construcción social en la que se trabaja por recuperar el Club.
Más allá del recuento y la descarada pasada de aviso, menciono todas estas instancias porque son símbolos de una parte importante de lo que ha sido nuestra historia como institución, esa en que nos erguimos y damos cara a la adversidad. De esa parte linda, la de las victorias, la de los títulos, no les hablaré. Esa parte linda todos la saben. Más bien hablaré de la parte ingrata, pero que a la vez es la que nos permite soñar con reconstruir un Club que sea de toda su gente.
El pasado sábado, en el Parque La Bandera, una niña pequeña y muy encantadora se acercó al puesto que montamos para pedir uno de los afiches que produjimos. Era con aporte voluntario. Al principio la niñita no entendía que ella elegía cuánto pagar. Nos dio $150 por su afiche y se fue muy contenta. Mientras se alejaba me puse a pensar: qué lindo es tener la oportunidad de elegir, tender la libertad de poder decidir. Miré a mi alrededor y vi a casi 5 mil hinchas disfrutando de su amor por la “U”, de manera libre, y me sentí orgulloso. Me concentré en los niños y niñas y antes de que se me cayeran las lágrimas al verlos tan libres y contentos pude entenderlo con absoluta claridad. Lo supe entonces: la misión de los hinchas de esta era es dejarle a los que vienen un Club libre, donde puedan elegir, donde puede decidir en libertad. Ya no sobre un afiche o si comprar un choripán o empanada, sino sobre qué clase de Club queremos tener. ¿Uno encerrado en sí mismo o uno con vocación y sentido social, capaz de generar cambios en el contexto nacional? ¿Uno donde las decisiones las toma una pequeña plutocracia de 11 tipos que poco entienden de amor por la “U” o miles a lo largo de todo Chile? A los hinchas de esta era nos toca salir del abismo de la tiranía del poder económico. Porque sí, solemos admirar (y con justa razón) a los hinchas que hicieron el aguante durante esos 25 años sin títulos y ese paso por la B, la que sin duda es la época más oscura en lo deportivo; pero a nosotros nos toca vivir la época más oscura y triste en lo institucional: la época en que nos quitaron nuestra libertad.
No se le olvide al hincha de estos años que Azul Azul puede darnos triunfos, títulos y hasta estadio, pero no pueden darnos lo más sagrado que tiene el ser humano y el hincha: su libertad. Y no se olviden los hinchas que son ellas y ellos los llamados a recuperar esa libertad, con sus propias manos. Han sido 88 años de alegrías, pasión, lealtad, gloria y de ese sentimiento inexplicable; también en esos 88 años hemos sabido de frustraciones, fracasos, penas y miserias, pero qué carajo, es parte del deporte. Sin embargo, 8 de esos 88 años (desde 2007) han sido de exclusión y represión. Hemos sido víctimas del basureo, el abuso, la aniquilación de nuestra cultura y el silencio impuesto, y eso no es parte del fútbol, por lo tanto no podemos aceptarlo, no hay razón alguna para tolerarlo. Y que se sepa: ¡elegimos no aceptarlo!
No quiero explicar lo inexplicable, pero una intuición me acompaña desde hace mucho y me sugiere que ese amor infinito que sentimos por la “U” y nos lleva a hacer todo lo que hacemos y lo que mencioné al comienzo, se basa en la libertad. Libremente elegimos jurar lealtad, y la mantenemos porque así lo deseamos, no porque debamos. Libremente elegimos hermanarnos. En libertad también cantamos y alentamos. En absoluta libertad elegimos dejarnos embrujar y seguimos a Universidad de Chile donde sea que vaya. En libertad preferimos las sonrisas por haber visto a nuestro amado equipo antes que las lágrimas tras la derrota. Insisto: no me pidan que explique lo que nunca nadie ha podido explicar, pero déjenme creer que la libertad tiene algo que ver. Y entonces, libremente, elijo defender la libertad del hincha y el amor por su Club.
Felices 88 años a todas y todos los hinchas de Universidad de Chile. Que vengan muchos más, pero en libertad.